julio 02, 2010

En el quinquenio de la Guerra del Petróleo

Extraído de Aquí
25 de marzo de 2008
Por Vicky Pelaez
Publicado originalmente en El Diario/La Prensa de NY

“Cuántas muertes más habrán de tomarse para que sean ya demasiadas.—Bertold Brecht
En su reciente teleconferencia con los militares norteamericanos acantonados en Afganistán, George W. Bush —quien estaba sentado cómodamente en su sillón de presidente— dijo visiblemente emocionado e inspirado: “Les tengo envidia. Pienso que si hubiera sido más joven y no estuviera en la Casa Blanca, estaría con ustedes compartiendo su fantástica experiencia en el campo de batalla. Debe ser excitante y hasta romántico enfrentarse al peligro”. Si para Bush y su “Darth Vader” —Dick Cheney, la guerra es excitante, no lo es definitivamente para los más de 160,000 soldados norteamericanos que han usado sus armas matando a diestra y siniestra, incluyendo inocentes civiles, y de paso derramando su propia sangre en enfrentamientos con los insurgentes.

Tan olvidadizo es este presidente “romántico” que no se acordó que en su juventud y siendo piloto militar, hizo todo lo posible con la ayuda de su papá senador para evadir el servicio militar en Vietnam y retirarse antes del tiempo reglamentario de la Guardia Nacional. Los 56,000 jóvenes norteamericanos que murieron en Vietnam no tuvieron la suerte de tener un padre poderoso y seguir disfrutando de la vida como lo hizo el joven Bush.

La historia se repite otra vez. De acuerdo a la agencia británica Opinion Research Business (ORB), en estos cinco años de guerra sin fin, más de 4,000 soldados norteamericanos, 1,000 mercenarios (contratistas) y unos 200 británicos perecieron en Irak, y más de 400 en Afganistán. Ha aumentado el número de soldados que se han suicidado, lo que eleva el número real de muertos norteamericanos. ¿Y cuántos indocumentados han muerto? Solamente el Pentágono lo sabe.

Como dice la periodista italiana Giuliana Sgrena, quien fuera secuestrada en Irak, “si los muertos no se cuentan, no existen. En los Estados Unidos ni siquiera se pueden ver los ataúdes que llegan desde Bagdad. Y si no se ven los ataúdes, los cadáveres también son invisibles”. Tampoco se ven los heridos. De los 750,000 soldados que pasaron a la reserva, 65,000 regresaron heridos; y hay muchos más que necesitan atención médica permanente y ayuda siquiátrica. Mientras tanto el “romántico y compasivo” presidente ordena recortar el presupuesto del Departamento de Veteranos, ¡tan grande es su amor al prójimo!

El sufrimiento de padres norteamericanos que perdieron a sus hijos queda chico si lo comparamos con la tragedia del pueblo iraquí que perdió 1,220,580 de sus hijos, madres, padres, nietos y abuelos. Desde que EE.UU. invadió a Irak, en marzo de 2003, más de 4,700,000 personas perdieron sus casas, 2,200,000 se escaparon al extranjero, de ellos 40 por ciento eran de la clase media, y 2,500,000 se convirtieron en refugiados internos. Los cadáveres llenaron las calles de Bagdad. Fueron asesinados más de 2,000 doctores, 1,500 científicos, 210 abogados y jueces, 282 periodistas y 330 maestros. La gente vive aterrorizada y en precarias condiciones económicas. Un 50 por ciento de niños menores de cinco años sufren de malnutrición y todo el servicio público ha colapsado. Este es el precio que paga el pueblo iraquí por la Guerra del Petróleo de Bush.

Sin embargo, la guerra siempre ha producido un efecto bumerán. Durante la guerra de Vietnam, EE.UU. se desgastó tanto que tuvo que imprimir más dólares que el respaldo de las reservas de oro le permitía y así en 1971 se derrumbó el sistema financiero. El gasto de esta guerra, calculada en 5 millones de millones de dólares ya superó al de Vietnam. La actual crisis económica es su producto y el precio lo pagará el pueblo norteamericano durante mucho tiempo, mientras Bush y Cheney descansarán plácidamente en sus ranchos.

vicky.pelaez@eldiariony.com

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